De niña me
encantaba jugar con bolas de cristal, o canicas, como suelen conocerse
en otras regiones de Colombia. A pesar de que mis padres se molestaban
porque era un juego de "niños", yo no dejaba de quedarme tardes enteras
apostando mis canicas más preciadas, y todo para lograr ganar las de mis
amigos, esas que guardaban con recelo. Además de conseguir verdaderas
joyas preciadas en las apuestas, acostumbraba a emprender travesías a lo
largo y ancho de la finca de mi abuela, donde se hallaban cientos de
canicas enterradas bajo la oscura tierra. A eso se le sumaba comprar
compulsivamente unas paletas muy famosas en aquella época, de las cuales
obtuve mis bolas de cristal más coloridas y llamativas.
Vanessa Acosta Correa
Estudiante de Lic. en Pedagogía Infantil
Universidad de Antioquia
Colombia
Estudiante de Lic. en Pedagogía Infantil
Universidad de Antioquia
Colombia